martes, 26 de junio de 2012

Cuento: Pedrito y el Lobo


Pedro y el lobo es un cuento popular ruso que nos muestra las consecuencias de decir mentiras. Es un poco parecido a la fábula de Esopo, "El zagal y las ovejas".  Popularizado por Sergéi Prokófiev con su versión "Pedro y el Malolobo, una composición sinfónica escrita por el ruso en 1936 después de su regreso a la Unión Soviética.   una obra didáctica cuya moraleja refleja la importancia de la sinceridad. La obra de Prokófiev es un cuento infantil, con música y texto adaptado por él, con un narrador acompañado por la orquesta.

Pedo y el Lobo


Érase una vez un pequeño pastor que se pasaba la mayor parte de su tiempo paseando y cuidando de sus ovejas en el campo de un pueblito. Todas las mañanas, muy tempranito, hacía siempre lo mismo. Salía a la pradera con su rebaño, y así pasaba su tiempo.
Muchas veces, mientras veía pastar a sus ovejas, él pensaba en las cosas que podía hacer para divertirse. Como muchas veces se aburría, un día, mientras descansaba debajo de un árbol, tuvo una idea. Decidió que pasaría un buen rato divirtiéndose a costa de la gente del pueblo que vivía por allí cerca.
Se acercó y empezó a gritar: - ¡Socorro, el lobo! ¡Qué viene el lobo! La gente del pueblo cogió lo que tenía a mano, y se fue a auxiliar al pobre pastorcito que pedía auxilio, pero cuando llegaron allí, descubrieron que todo había sido una broma pesada del pastor, que se deshacía en risas por el suelo. Los aldeanos se enfadaron y decidieron volver a sus casas. Cuando se habían ido, al pastor le hizo tanta gracia la broma que se puso a repetirla. Y cuando vio a la gente suficientemente lejos, volvió a gritar: - ¡Socorro, el lobo! ¡Que viene el lobo!
La gente, volviendo a oír, empezó a correr a toda prisa, pensando que esta vez sí que se había presentado el lobo feroz, y que realmente el pastor necesitaba de su ayuda. Pero al llegar donde estaba el pastor, se lo encontraron por los suelos, riéndose de ver cómo los aldeanos habían vuelto a auxiliarlo. Esta vez los aldeanos se enfadaron aún más, y se marcharon terriblemente enfadados con lamala actitud del pastor, y se fueron enojados con aquella situación.
A la mañana siguiente, mientras el pastor pastaba con sus ovejas por el mismo lugar, aún se reía cuando recordaba lo que había ocurrido el día anterior, y no se sentía arrepentido de ninguna forma. Pero no se dio cuenta de que, esa misma mañana se le acercaba un lobo. Cuando se dio media vuelta y lo vio, el miedo le invadió el cuerpo. Al ver que el animal se le acercaba más y más, empezó a gritar desesperadamente: - ¡Socorro, el lobo! ¡Que viene el lobo! ¡Qué se va a devorar todas mis ovejas! ¡Auxilio! Pero sus gritos han sido en vano. Ya era bastante tarde para convencer a los aldeanos de que lo que decía era verdad. Los aldeanos, habiendo aprendido de las mentiras del pastor, de esta vez hicieron oídos sordos.
¿Y lo qué ocurrió? Pues que el pastor vio como el lobo se abalanzaba sobre sus ovejas, mientras él intentaba pedir auxilio, una y otra vez: - ¡Socorro, el lobo! ¡El lobo! Pero los aldeanos siguieron sin hacerle caso, mientras el pastor vio como el lobo se comía unas cuantas ovejas y se llevaba otras tantas para la cena, sin poder hacer nada, absolutamente. Y fue así que el pastor reconoció que había sido muy injusto con la gente del pueblo, y aunque ya era tarde, se arrepintió profundamente, y nunca más volvió burlarse ni a mentir a la gente.

FIN

martes, 12 de junio de 2012

Cuento: Blanca Nieves y los Siete Enanos

Este cuento es una de las historias recopiladas por los hermanos Grimm como muchos otros de los cuentos infantiles que conocemos hoy en día.  La historia original se trasladó de generación en generación, y esta más bien contaba como una familia de carboneros buscaba piedras preciosas en su tiempo libre, y Blancanieves no era tan blanca sino más bien morena y un tanto regordeta.

El cuento se hizo popular cuando Disney publicó una película sobre la historia en 1937.


BLANCA NIEVES Y LOS SIETE ENANOS


Érase una vez una hermosa reina que deseaba ardientemente la llegada de una niña. Un día que se encontraba sentada junto a la ventana en su aro de ébano, se picó el dedo con la aguja, y pequeñas gotas de sangre cayeron sobre la nieve acumulada en el antepecho de la ventana. La reina contempló el contraste de la sangre roja sobre la nieve blanca y suspiró.

- ¡Cómo quisiera tener una hija que tuviera la piel tan blanca como la nieve, los labios rojos como la sangre y el cabello negro como el ébano!

Poco tiempo después, su deseo se hizo realidad al nacerle una hermosa niña con piel blanca, labios rojos y cabello negro a quien dio el nombre de Blanca Nieves.

Desafortunadamente, la reina murió cuando la niña era muy pequeña y el padre de Blanca Nieves contrajo matrimonio con una hermosa mujer y cruel que se preocupaba mas de su apariencia física que de hacer buenas acciones.

La nueva Reina poseía un espejo mágico que podía responderle a todas las preguntas que ella le hacía. Pero la única que le interesaba era:

- Espejo mágico, ¿quién es la más hermosa del reino?

Invariablemente el espejo le respondía:

- ¡La más bella eres tú! La vanidad de la Reina vivía satisfecha con la respuesta, hasta que un día, el espejo le respondió algo diferente:

- Es verdad que su majestad es muy hermosa; pero ¡Blanca Nieves es la más hermosa del reino!

Enfurecida, la envidiosa Reina grito:

- ¿Blanca Nieves más hermosa que yo? ¡Imposible! ¡Eso no lo tolerare!

Entonces mando llamar a su más fiel cazador.

- ¡Llévate a Blanca Nieves a lo más profundo del bosque y mátala! Tráeme su corazón como prueba de que cumpliste mis ordenes.

El cazador inclinó la cabeza en signo de obediencia y fue en busca de Blanca Nieves.

¿Adónde vamos? preguntó la joven.

- A dar un paseo por el bosque su Alteza, - respondió el cazador -. El pobre hombre acongojado, sabía que sería incapaz de ejecutar las ordenes de la Reina. Al llegar al medio del bosque, el cazador explicó a Blanca Nieves lo que sucedía y le dijo:

- ¡Corre vete lejos de aquí y escóndete en donde la Reina no pueda encontrarte, y no regreses jamás a palacio!

Muy asustada Blanca Nieves se fue llorando, el cazador mató a un jabalí y le sacó el corazón.

"La Reina creerá que es el corazón de Blanca Nieves" - pensó el cazador -."Así la princesa y yo viviremos más tiempo".

Blanca Nieves se encontró sola en medio de la oscuridad del bosque. Estaba aterrorizada. Creía ver ojos en todas partes y los ruidos que escuchaba le causaban mucho miedo.

Corrió sin rumbo alguno. Vagó durante horas, hasta que finalmente vio en un claro del bosque, una pequeña cabaña.

- ¿Hay alguien en casa? - preguntó mientras tocaba a la puerta -.

Como nadie respondía, Blanca Nieves la empujó y entró. En medio de la pieza vio una mesa redonda puesta para siete comensales. Sintiéndose segura y al abrigo, subió las escaleras que conducían a la planta alta donde descubrió, una al lado de la otra, siete camas pequeñas.

- "Haré una pequeña siesta" - se dijo - ¡Estoy tan cansada! "
Entonces se acostó y se quedó profundamente dormida.

La cabaña pertenecía a los siete enanitos del bosque. Eran muy pequeños, tenían barbas largas y llevaban sombreros de vivos colores. Esa noche regresaron de una larga jornada de trabajo en la mina de diamantes.

- ¡Miren! ¡Hay alguien durmiendo en nuestras camas! - . Uno de ellos tocó delicadamente el hombro de Blanca Nieves quien despertó sobresaltada.

- ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? - preguntaron los enanitos sorprendidos -.

Blanca Nieves les contó su trágica historia y ellos la escucharon llenos de compasión.- Quédate con nosotros -. Aquí estarás segura. - ¿Sabes preparar tartas de manzana? - preguntó uno de ellos -.

- ¡Sí, sí! Puedo preparar cualquier cosa - respondió ella contenta -.

- La tarta de manzana es nuestro postre preferido - le dijeron.

Blanca Nieves se ocupaba de las faenas de la casa mientras ellos trabajaban en la mina de diamantes, y en la noche ella les contaba divertidas historias. Sin embargo, los enanitos se sentían inquietos por la seguridad de Blanca Nieves.

- No hables con extraños cuando estés sola. Y, sobretodo, ¡no le abras la puerta a nadie! - le advertían al salir.

- No se preocupen. Tendré mucho cuidado - les prometía -.

Los meses pasaron y Blanca Nieves era cada vez más hermosa. Leía, bordaba y cantaba hermosas canciones. Algunas veces soñaba que se casaba con un apuesto príncipe.
Entretanto la malvada Reina convencida de que Blanca Nieves estaba muerta, había cesado de interrogar a su espejo mágico. Pero una mañana decidió consultarlo de nuevo.

- ¿Es verdad que yo soy la más hermosa del reino? - preguntó -.

- No, tu no eres la más hermosa, la más hermosa - respondió el espejo - es Blanca Nieves, sigue siendo la más hermosa del reino.

- ¡Pero Blanca Nieves está muerta! - No - contestó el espejo -. Está viva y habita con los siete enanitos del bosque.

La Reina encolerizada mandó buscar al cazador, pero éste se había marchado del palacio. Entonces empezó a pensar como haría para deshacerse ella misma de la joven de una vez por todas.
Blanca Nieves estaba preparando una tarta cuando una vieja aldeana se acercó a la casita. Era la malvada Reina disfrazada de mendiga.

- Veo que estás preparando una tarta de manzanas - dijo la anciana asomándose por la ventana de la cocina 

- Sí - respondió nerviosamente Blanca Nieves -. Le ruego me disculpe pero no puedo hablar con extraños.

¡Tienes razón! - respondió la Reina -. Yo simplemente quisiera regalarte una manzana. Las vendo para vivir y quizás un día quieras comprar. Son deliciosas ya veras.

La Reina cortó un trozo de manzana y se lo llevó a la boca.

- ¿Ves hijita? Una manzana no puede hacerte ningún mal. ¡Disfrútala! Y se alejó lentamente.

Blanca Nieves no podía alejar sus ojos de la manzana. ¡No sólo parecía inofensiva, sino que se veía jugosa e irresistible!

No puede estar envenenada, la anciana comió un trozo, se dijo. La pobre Blanca Nieves se dejó engañar. ¡La malvada reina había envenenado la otra mitad de la manzana! Poco después de haber mordido la manzana, Blanca Nieves cayó desmayada y una muerte aparente hizo su efecto de inmediato. Allí se la encontraron los siete enanos al regresar de la mina.

- ¡Esto, sin duda alguna, es obra de la Reina! - gritaron angustiados mientras intentaban reavivar a Blanca Nieves -.

Pero todo era en vano, la muchacha inmóvil, no daban ninguna señal de vida. Su aliento no empañaba el espejo que los enanitos le ponían cerca de la boca.

Los siete enanitos lloraban amargamente la muerte de Blanca Nieves y no querían de ninguna manera separarse de ella. Tal era su belleza que al verla daba la impresión de que estaba dormida. Posiblemente pensaron, era víctima de un hechizo. Entonces decidieron ponerla dentro de una urna de cristal y hacer turnos para cuidarla.

Un día un joven Príncipe que pasaba por el bosque oyó hablar de la hermosa princesa que yacía en la urna de cristal.

¡Como quisiera verla! Pensaba mientras se dirigía a la casa de los siete enanitos.

Al verla, el príncipe se enamoro inmediatamente de ella. - ¡Era la joven más hermosa que jamás había visto! 

- ¡por favor déjenme cuidarla! - suplicó a los siete enanitos -. Yo velaré su sueño y la protegeré por el resto de mi vida.

En un comienzo los enanitos se negaron, pero después aceptaron pensando que Blanca Nieves estaría más segura en el castillo.

Cuando los lacayos del príncipe levantaron la urna de cristal para llevársela, uno de ellos se tropezó y el cofre se sacudió. El trozo de manzana envenenada cayó de la boca de Blanca Nieves. Sus mejillas, hasta entonces de un pálido mortal, comenzaron a teñirse de rosa y sus ojos se abrieron lentamente. Los enanitos no podían contener su alegría, mientras el príncipe se arrodillaba al pie de Blanca Nieves.

- Deseo con todo mi corazón que seas mi esposa - susurró el príncipe conmovido.

Blanca Nieves que se había enamorado del apuesto príncipe, le respondió:

- Sí, seré tu esposa.

La boda se celebró con una gran fiesta. La malvada fue perdonada e invitada. ¡Pero cuando vio la belleza y dulzura de Blanca Nieves, se lleno de tal rabia y envidia, que cayó muerta al instante!

Blanca Nieves y el Príncipe vivieron felices en un hermoso castillo, y los siete enanitos nunca tuvieron que regresar a trabajar a la mina de diamantes.

FIN

lunes, 11 de junio de 2012

Rojo - Ted Dekker (7-2012)

Este libro es la continuación de Negro, en donde empieza la historia de un escritor llamado Thomas, que se interna en un mundo postapocalíptico cada vez que se queda dormido en la realidad que existe en nuestros tiempos.

En esta parte de la historia Thomas ya puede manejar el cambio de una realidad a otra, y está descubriendo ciertas características de ambos mundos y los lazos que las une.



--------------------------SPOILERS-----------------------------

  • Me gusta que Rachelle y Monique ya estén conectadas
  • La parte en la que están queriendo matar a Justin, me parece como la pasión de Jesucristo cuando está en la cruz...
  • Al final explican que la analogía que menciono en el anterior punto es más parecida aún, ya que Elyon lo mencionan como el Padre y a Justin como al Hijo quien da su vida por la humanidad.
  • Es impactante como Rachelle queda muerta y mencionan como es su entierro y aún se conserva la esperanza de volverla a ver con vida, ya que Justin dice que la necesita.
  • Thomas queda muerto en nuestra época, aunque sigue viviendo en los tiempos de Elyon.
Saludos,

viernes, 1 de junio de 2012

Fábula: La Liebre y la Tortuga

Esta es una fábula que se le atribuye a Esopo, escritor famoso de fábulas que se cree nació en el año 600 a.c. aunque aún se duda de su existencia.  Posteriormente esta historia fue escrita por otros fabulistas como Jean de La Fontaine y Félix María Samaniego.

LA LIEBRE Y LA TORTUGA


La liebre y la tortuga se encontraron una mañana en el bosque.
–¿Puede saberse adónde vas con la casa a cuestas? –preguntó la liebre.
No era la primera vez que la liebre se burlaba de la lentitud de la tortuga. Así es que ésta estiró su largo cuello, muy digna, y respondió:
–Llevar la casa a cuestas es una ventaja. Si me sorprende la noche por el camino, me basta con meterme dentro de mi caparazón ¡y ya estoy en casita! No como tú, que pierdes el resuello corriendo para regresar a tu madriguera.
–¿Que yo pierdo el resuello? –exclamó la liebre–. Si tan segura estás, podríamos echar una carrera un día de éstos.
Harta de las bromas de la liebre, la tortuga aceptó. Luego se alejó, ante el regocijo de la liebre, que se doblaba de risa, viéndola caminar.
Aquella misma tarde, la sorprendente noticia de que la liebre y la tortuga iban a celebrar una carrera había llegado a todos los rincones del bosque.
Por la noche, cuando todos los animales hubieron regresado de su trabajo, acudieron al claro del bosque donde se reunían siempre que tenían que tratar de asuntos importantes.
–¿Una carrera entre la tortuga y la liebre? –tuvo que preguntar por segunda vez el topo, que era algo duro de oído–. Eso no me lo pierdo.
–¡Será una carrera digna de verse! –exclamó el pájaro carpintero–. Podríamos invitar a los animales de los bosques vecinos... ¡y nuestro bosque se haría famoso!
–Bueno, bueno –le interrumpió el puercoespín–. No creo que la tortuga tenga muchas posibilidades; así es que será mejor no invitar a nadie.
Decidieron entre todos que la carrera se celebraría al día siguiente, que era domingo. De ese modo, podrían acudir todos los animales del bosque.
Al día siguiente, el sol también acudió a presenciar la carrera y despertó con sus alegres rayos a todos los animales.
El pájaro carpintero había trabajado toda la noche para pintar las pancartas de salida y de meta. Y a primera hora de la mañana, había colgado la pancarta de salida entre dos árboles. Luego, muy animoso, había pintado una raya blanca entre los dos árboles.
Ante la expectación de todos los animales del bosque, la liebre y la tortuga se acercaron a la línea de salida. Lucían dos llamativos dorsales, que mamá pata había confeccionado para la ocasión.
La tortuga se situó sobre la línea de salida, preparada para iniciar la carrera. Pero la liebre, como si la cosa no fuera con ella, se apoyó en uno de los árboles que sujetaban la pancarta de salida y se dedicó a mordisquearse las uñas.
El ciervo, que había sido elegido juez de la carrera, carraspeó, consciente de su importante papel.
Luego dio la señal de salida.
La tortuga, no muy segura de su éxito y ligeramente arrepentida de haber aceptado participar en la carrera, comenzó a caminar pausadamente. La liebre, por su parte, no echó a correr, como esperaban todos, sino que continuó apoyada en el tronco del árbol.
Los animales del bosque se sintieron desilusionados. La mayoría había acudido para contemplar la fulgurante salida de la liebre.
–Tengo tiempo de comer y hasta de dormir, mientras ella da dos pasos –les explicó la liebre–. Así, pues, no me importa darle una pequeña ventaja.
La liebre continuó todavía un buen rato apoyada en el tronco del árbol. Por fin, ante las protestas del público, que se quejaba de que no había acudido para contemplar cómo la liebre se mordía las uñas, se decidió a empezar la carrera.
Extendió sus ágiles patas y, en menos que canta un gallo, adelantó a la tortuga, que, ahora un pasito, después otro, había recorrido muy pocos metros.
Cuando llevaba un rato corriendo, la liebre pasó junto a un prado.
"¡Qué hambre tengo! –se dijo–. Tengo tiempo de comerme toda la hierba, antes de que la tortuga llegue hasta aquí."
Sin pensárselo dos veces, saltó fuera del camino. Vio entonces a una atractiva ardilla de cola roja, que estaba recogiendo piñones del suelo.
–¿Ya se acabó la carrera? –le preguntó la ardilla a la liebre.
–¿Acabado? No ha hecho más que comenzar –respondió la liebre–. Pero la tortuga camina tan despacio, que me he detenido para comer... y aún me sobrará tiempo para dormir un rato, ¿no crees? –preguntó riendo.
La ardilla no pudo por menos que estar de acuerdo con la liebre. Así, ésta se puso a mordisquear hierba y la ardilla a roer piñones.
Un buen rato después, la ardilla, que se había subido al árbol donde vivía, vio el pausado balancear del caparazón de la tortuga.
La tortuga también tenía hambre. Y de buena gana se hubiera detenido a reponer fuerzas. Pero continuó su lento y constante caminar, ahora una patita, luego la otra.
–¡Eh! –llamó la ardilla a la liebre, que continuaba mordisqueando hierba–. Ya se ve a la tortuga.
De un salto, la liebre volvió al camino y empezó de nuevo a correr.
Corría con un estilo impecable, propio de un campeón de los cien metros planos, ante las aclamaciones de los animales del bosque, que contemplaban la carrera a ambos lados del camino.
Pero pronto la liebre dejó muy atrás a la tortuga.
"Si continúo corriendo así –se dijo entonces la liebre–, voy a llegar a la meta demasiado pronto. Además, puedo ganar a ese caracol con patas sin necesidad de cansarme.
Dicho y hecho. La liebre acortó el paso y caminó tranquilamente durante un rato.
De pronto, se detuvo. Su primo, el conejo, había instalado un puesto de venta de helados, a un lado del camino.
–¡Querida prima! –saludó el conejo a la liebre–. Todo el bosque está pendiente de tu carrera con la tortuga –añadió, mientras pensaba en la cantidad de helados que podría vender–. Pero vamos, acércate. Te prepararé un riquísimo helado.
Mientras la liebre saboreaba un helado delicioso, los dos primos estuvieron hablando de la familia. Así fue como la liebre se enteró de que mamá coneja, la esposa de su primo, había dado a luz a media docena de preciosos conejitos. El conejo y su familia vivían en lo más profundo del bosque, y se pasaban los meses sin que la liebre tuviera noticias de sus primos.
Ya se acababa la liebre el helado, cuando se dio cuenta de que la tortuga estaba a punto de pasar por el camino.
Rápidamente, se despidió de su primo y echó a correr de nuevo.
Pero enseguida notó que empezaba a sudar y se detuvo. Vio entonces un riachuelo muy cerca; se acercó y bebió casi hasta secarlo. Luego se incorporó y miró a lo lejos. A menos de un tiro de piedra de donde se encontraba, se veía la pancarta de la línea de meta.
Pero en lugar de correr los metros que le faltaban, la liebre se dijo que tenía tiempo de echar una siestecita antes de que llegara la tortuga.
Se sentó, pues, sobre la hierba, se apoyó en el tronco de un árbol y, en un abrir y cerrar de ojos, se quedó dormida.
El sueño de la liebre fue tan agradable, que durmió hasta el atardecer.
–¡Qué bien he dormido! –exclamó, por fin, desperezándose.
Luego se puso en pie e hizo varios ejercicios gimnásticos, para desentumecer los músculos.
"¿Dónde estará la tortuga? –se acordó de pronto–. ¡Bah! Seguramente debe haber comprendido que es imposible ganarme y se habrá retirado de la carrera."
Diciéndose esto, la liebre volvió al camino, dispuesta a recorrer el último trecho de la carrera.
Estaba tan segura de su triunfo que, aunque faltaban pocos metros para la meta, se dijo que sería mejor no correr demasiado para corresponder al recibimiento que, de seguro, le dispensarían los animales del bosque. Pero su entusiasmo se trocó en sorpresa cuando, a medida que se acercaba a la meta, no oía aclamaciones ni aplausos. Y de la sorpresa paso a la alarma, cuando, al cruzar la meta, comprobó que ninguno de los animales estaba allí para recibirla.
Muy extrañada, miró a un lado y a otro; pero por más que buscó, no vio a ningún animal por los alrededores.
La liebre no sabía ya dónde mirar, cuando oyó una voz a sus espaldas, que le preguntaba:
–¿Me buscas a mí?
Era la tortuga, muy tranquila y descansada, que, despacito, despacito, pero caminando sin parar, había llegado a la meta hacía varias horas, mientras la liebre estaba durmiendo.
Ella y los demás animales del bosque llevaban tanto tiempo esperando a la liebre, que se habían decidido por dirigirse a un claro del bosque para celebrar un banquete en honor de la tortuga.
¿Me creeréis si os digo que la liebre no volvió a presumir en su vida?

FIN